Dice Cecilia Peña:
El día que habíamos elegido para salir de viaje, había mucha niebla, era de madrugada, con nervios, alegría y un gran entusiasmo, cargamos el coche y salimos a la ruta.
Las nenas dormían.
Gracias a Dios no surgió ninguna dificultad, el coche respondió bien pero la visibilidad era poca.
Anochecía, estábamos muy cansados, la ruta solitaria y oscura, eran muchas horas de viaje.
Así es que decidimos parar en el próximo pueblo.
De pronto sentimos el estrépito de un trueno y la visión se hacía cada vez más difícil.
Llovía, íbamos con mucha precaución...a lo lejos, se veían luces agrupadas...cada vez se acercaban más...
Por fin llegamos al pueblo, pasamos la noche en un hotel y, al amanecer, proseguimos el viaje.
Anduvimos todo el día...hacía mucho calor, pero ...¡por fin!...ya estábamos en la avenida de acceso, que es la entrada a la ciudad de Mendoza.
¡Qué poco faltaba para ver a mi madre!.
Ese trayecto se nos hizo interminable.
Al llegar a la vieja casa donde yo me crié...nos invadió una inmensa alegría...
Entramos y ví a mi madre tejiendo, como cuando era niña, debajo del parral.
Al sentir ruidos de voces, levantó la vista de su tejido y nos observaba por encima de sus anteojos...
No nos conoció hasta estar muy cerca de ella...
Claro...ya habían pasado más de tres años que no nos veíamos...
¡No hicieron falta palabras...Nos abrazamos y lloramos de alegría!
¡ Qué felices éramos de estar juntas!
¡Y qué suerte es tener a mi madre que aún me espera!