JOHN DANIEL EVANS (1862-1943) Y EL FIEL MALACARA

 

Ni gowson wlad sydd well

Yn y Deheudir pell  

 A Phatagonia yw

Cawn yno fynd mewm hedd 

Heb  ofni brad na chledd 

  Chymro ar  y sedd 

    Boedd Mawl i Dduw

Hemos encontrado una tierra mejor

En una lejana región del Sur

En Patagonia

Allí viviremos en paz,

Sin miedo a traidores ni espadas

Y allí Gales será rey

Loado sea Dios.(1)

John Daniel tenía tres años cuando partió del puerto de Liverpool junto a otros ciento cincuenta y dos galeses, un veinticinco de mayo de 1865. En sus oídos quedarían para siempre estos versos que todos cantaban mientras su tierra natal se perdía en el horizonte y el "Mimosa" ponía rumbo a la Patagonia.

El 28 de julio de 1865 entraban en el Golfo Nuevo y desembarcaron frente a lo que hoy es Puerto Madryn. En el lugar hay un monolito de granito rojo y los nombres, ya históricos, de los primeros galeses que enfrentarían al desierto austral.

Como les pasó a muchos inmigrantes que llegaron a este país, el paisaje que encontraron era muy distinto al que habían dejado. Extrañarían hondamente el verde de su Gales natal.

Dejaban una tierra donde su cultura, su lengua y sus creencias religiosas estaban seriamente amenazadas -cuando no directamente prohibidas- y niños y adultos, jóvenes y viejos eran miserablemente explotados en las negras minas de carbón de Gales, por sus dueños ingleses.

La "Rubia Albion" estaba asfixiando a este noble pueblo de origen celta. Así fue como decidieron buscar otro lugar donde pudieran prosperar en paz y libertad.

John Daniel Evans no sólo resume la epopeya galesa sino también la de otros hombres y mujeres que vinieron de muy lejos a poblar este lugar tan especial que es nuestra Argentina.

Los primeros años fueron extraordinariamente duros. El fracaso de varias cosechas por falta de agua, puso a la colonia al borde de la inanición y el desaliento. El hambre, la soledad, el aislamiento y la pobreza eran muy grandes.

 La Patagonia puso a prueba el espíritu y la determinación de estos colonos.  La mayoría no eran agricultores.

Virgilio González rescata en su obra: "El Valle 16 de Octubre y su Plebiscito" un párrafo escrito por Aquiles Ygobone en el Cap. XXII de su "Historia de la Provincia del Chubut:

"Es imposible la evocación de cualquier episodio sin emocionarse. Toda la obra de la colonia galesa, desde su fundación hasta sus últimas consecuencias, fue una hazaña épica, una empresa de titanes. Sus grandes conductores a medida que pasa el tiempo, van cobrando contornos de verdaderos patriarcas bíblicos, varones esforzados y altivos y figuras civiles y religiosas de excepcionales cualidades y significación".

Lewis Jones,  el Reverendo Michael D. Jones de Bala y el capitán John Loves Parry del Castillo de Madryn se cuentan entre los los líderes más destacados de la inmigración galesa en la Patagonia. Fue su firmeza, capacidad y determinación los que condujeron al éxito un proyecto tan difícil como épico.

Trelew monumento a Lewis Jones

Como ya se ha visto no les faltaban preocupaciones ni dificultades pero había una muy especial ¿Qué ocurriría cuando inevitablemente tomaran contacto con los indios...? 

Y se encontraron con los tehuelches... 

La historia dice que el encuentro tuvo lugar entre una mujer galesa, con un bebé recién nacido y una pareja de tehuelches. Tras unos instantes de mutuo asombro y recelo, la mujer galesa puso su hijito en manos de la mujer tehuelche quién lo acunó.

Eran dos pueblos nobles y rápidamente aprendieron a convivir pacíficamente. Descubrieron que ambos tenían cosas para compartir.

Los caciques amigos hacían respetar la propiedad privada  y la vida de los "galensos"-como los llamaban a los galeses --si algún tehuelche distraído se llevaba el caballo de algún galés se lo hacía devolver inmediatamente-.

El Reverendo William Casnodyn Rhys en su amenísimo y valioso libro: "La Patagonia que canta"* contaba que un joven tehuelche que un día -bajo los efectos del alcohol- quiso forzar la puerta de la vivienda de un colono y atacarlo, fue denunciado ante el cacique Galetch (hermano del cacique Francisco) quién llamó al joven, lo reprobó severamente y con un rebenque le  propinó un duro castigo frente a toda la tribu.  

Estos habitantes del pequeño País de Gales leían la Biblia y encontraron que muchos personajes bíblicos vestían pieles y que ellos mismos, también habían usado arcos y flechas, sólo unos siglos atrás. Los primeros habitantes de la Patagonia eran, al fin y al cabo, igual que ellos, hijos Dios.

Los nativos de la Patagonia aprendieron a respetar el descanso del "Día del Señor" y a saborear "bara meny" (pan y manteca). Aborígenes y galeses comerciaban e intercambiaban aquello que necesitaban. Se entendieron en una mezcla de galés, tehuelche y español. 

Cuando el desaliento cundía en la colonia galesa, por las enormes dificultades y privaciones, y no pocos hablaban de irse, los Tehuelches les dijeron que les daban caballos y vacas pero que no se fueran porque si no "¿con quién vamos a comerciar?"

Los chicos y jóvenes de la colonia, guiados por el cacique Francisco, pronto aprendieron a lanzar boleadoras a usar el lazo, y a manejar los  caballos y las vacas. No había mayor alegría, para ellos, que salir a cazar guanacos y ñandúes y galopar libres por la árida estepa.

Relata el Reverendo W. C. Rhys en su libro ya mencionado, que estando, el cacique Francisco en Buenos Aires, para ver al Presidente a fin de gestionar asuntos de su tribu, enfermó gravemente. Agonizante y en sus últimos momentos, alcanza a exclamar: "Iré al cielo de los galensos, porque donde va esa buena gente debe ser un lugar feliz".

El gran cacique Juan Chiquichano advirtió a las tribus de la Cordillera, de intentar nada contra sus amigos galeses, eran tribus que desconocían la actitud fraterna de ellos y la relación de amistad y respeto que existía entre tehuelches y los hijos "Cymru".

Excelente ejemplo de las relaciones que se habían tejido entre gentes de tan distintas culturas, pero que con sabiduría y mutua aceptación encontraron un camino de fructífera convivencia.

John Daniel fue creciendo en su nueva tierra, entre dificultades y sacrificios, pero un día  escribiría: "Quizás de tanto mirar el desierto, su infinita extensión y el viento azotando mi cara, aprendí a quererlo y marcó mi vida para siempre..."(2)

Su ánimo aventurero y su deseo por conocer las inmensidades que le rodeaban, le llevaron a trajinar la meseta patagónica en muchas direcciones y eso le dio un conocimiento de la geografía de la región que lo llevaría a ser apodado "El Baqueano".

Serían esta incuestionable habilidad y su espíritu inquieto los que lo conducirían  a vivir una  trágica experiencia.

En noviembre de 1883 John D. Evans, Richard B. Davies, Zacarías Jones y John Parry salieron en una expedición que los adentraría en el interior de lo que hoy es la provincia del Chubut, en dirección a la Cordillera.

Iban a buscar oro. John Daniel ya lo había intentado no hacía mucho, con el capitán Richards y otros amigos dado que conocía el desierto y a los indígenas que habitaban en él.

Llegaron en diciembre hasta el Zanjón del Oro, unos 90 km. más allá de  Paso de Indios. Faltos de víveres John decidió volver hasta el valle del Chubut, junto con su cuñado Zacarías Jones, para abastecerse debidamente, ya que su propósito era llegar hasta la cordillera de los Andes. En el Zanjón o Cañadón del Oro quedaron Parry y Davies.

Al regreso con las provisiones y cinco amigos más, se encontraron con un destacamento del Ejército Argentino en lo que hoy se llama Valle de los Mártires. El comandante Lino Roa iba al mando y conducía a un numeroso contingente de indios cautivos hacia Valcheta. En ese lugar había un "reformatorio" para indígenas con la finalidad de "civilizarlos".

Recordemos que en 1879 se había llevado a cabo la "Campaña del Desierto" y las Primeras Naciones -los Hermanos del Desierto-  como les decían los galeses, fueron sometidos y estaban sufriendo sus crueles consecuencias; justamente por eso los pobladores galeses intercedieron, en 1883 ante el General Lorenzo Vintter pidiendo que fueran dejados en sus hogares porque: "los indios  fueron un muro de seguridad y amparo para nosotros..."

Roa les dijo a Evans y a sus compañeros que no quedaban indígenas en el desierto, salvo en los bosques.

Como fuera, Zacarías Jones y los cinco amigos, decidieron regresar al Valle del Río Chubut. Parry, Davies y Hughes prefirieron continuar con Evans. A fines de febrero de 1884 habían llegado al río que hoy se llama Gualjaina y ahí se encontraron con tres miembros de la tribu del cacique Foyel. Uno de ellos, Juan Salvo, los conocía. El encuentro se hizo en un clima amenazador porque Salvo les dijo que sospechaba que ellos eran espías del Ejército.

Los "invitó" a las tolderías de Foyel, en el lugar que hoy se llama Pico Thomas. John Hughes y John Evans aceptaron ir a verlo aunque no tenían intención de hacerlo. Aprovechando que el caballo de Hughes se había cansado, luego de unas horas de marcha, resolvieron que no proseguirían; eso puso furiosos a Salvo y a sus compañeros. La actitud se tornó hostil y comenzaron a pedirles cosas, accedieron y regresaron rápidamente con Parry y Davies.

Ante la sensación de que corrían peligro decidieron volver al Valle, que distaba alrededor de 600Km.

Cabalgaron por el lecho del Río Chubut -que por esa época del año lleva poca agua- para despistar a sus posibles perseguidores.

El sábado 4 de marzo de 1884 John Evans tomó el mejor caballo del grupo para salir a cazar algún animal que les proporcionara alimento. Montó al "Malacara" y regresó con dos maras (liebres patagónicas).

Con una tropilla de 14 caballos y cargueros retomaron la ruta del regreso en las cercanías de Las Plumas, sin presentir el peligro que los acechaba...

"Cuando de pronto sentimos un aullido y gritos de guerra de los indios y la atropellada de los caballos. Eché una mirada hacia atrás y vi sus lanzas brillar al sol, nos cerraron en círculo; sentí el chuzazo de la lanza en mi paleta izquierda y antes de que pueda reaccionar vi a Parry caer a tierra con una lanza clavada en el lado derecho y no se si los otros compañeros estarían heridos porque hasta ese momento se mantenían sobre sus caballos.

Clavé las espuelas en las costillas del Malacara, rompí el primer círculo de lanzadores y un indio que se encontraba a retaguardia detrás del círculo tomó su lanza con las dos manos y me la arrojó; logré desviarla con el brazo y la vi clavarse en la arena al lado de mi caballo y antes de que tuviera una segunda ocasión mi Malacara en dos saltos había salido de su alcance y disparaba dando tremendas brazadas a todo lo que le daban sus patas hacia el noroeste y un tropel de indios me seguía..."(3)

Trescientos metros adelante un profundo zanjón le cerraba el paso; Evans se veía arrinconado y boleado pero...

El Malacara no lo defraudó, obedeció y saltó al fondo del zanjón, absorbió el golpe y luego trepó por el lado opuesto. 

Los excelentes caballos indios no pudieron imitar la hazaña del Malacara y el rodeo que tuvieron que dar le dio al fiel equino una ventaja que no pudieron descontar. Evans volaba en su caballo y veía que la distancia entre él y sus perseguidores aumentaba con el correr de los minutos. "Que el huinca no escape " podía oír.

El Malacara sudaba en esa tarde calurosa, y galopó incansable hasta la noche. En un cañadón encontraron agua y descansaron un poco pero no se detuvieron; siguieron andando a la luz de las estrellas y Evans se orientaba por una de ellas.

El domingo cinco de marzo llegó al Río Chubut. El Malacara estaba cansado, con las patas heridas y sangrantes ya que no tenía herraduras, pero siguieron.

El domingo por la noche pasó por un lugar que se llamaría Campamento Villegas -más o menos a mitad de camino entre la confluencia del río Chico con el Chubut-  y se encontró con un colono, el Sr. Richard Davies quien le prestó otro caballo para poder llegar hasta Rawson.

Allí se armó una partida de 43 personas armadas con 21 Remingtons y retornaron al lugar de los hechos. Lewis Jones encabezaba el grupo de hombres.

Ocho días después John Evans llegaba al lugar de la tragedia. El espectáculo era horroroso, sus amigos estaban muertos y horriblemente mutilados.

Cavaron las tumbas y enterraron los restos de sus compañeros. El señor David Jones realizó un responso y todos cantaron el himno religioso Bydd Myrdd O Ryffeddodau (Millar de Maravillas).

El lugar pasó a llamarse "Dyffryn Merthyron" -Valle de los Mártires- y el paso del Río Chubut, cercano al solitario cementerio se llama "Paso de las Tumbas" -Rhyd Beddau-.

Las especulaciones son muchas sobre las causas de este hecho inédito entre indios y galeses, fue el primero y afortunadamente el último. 

¿Los confundieron con espías del Ejército? ¿Una venganza urdida por un indio vecino de Zacarías Jones -con el que tenía una mala relación- y que lo había echado a escobazos, hacía un tiempo? Salvo habría sido influenciado por este sujeto con la mentira de que ellos trabajaban para el Gobierno. ¿O, fue un simple y brutal asesinato?

John Evans se inclina por la hipótesis de Salvo, pero no  excusa la crueldad y la saña con que fueron asesinados sus amigos.

Treinta años después John Evans, en 1914, levantó una columna de mármol en el lugar, con los nombres de RICHARD B. DAVIES, JOHN HUGHES y JOHN PARRY para recordar a sus compañeros en aquel trágico 4 de marzo de 1884.

El Departamento de la provincia del Chubut, donde fueron asesinados estos tres galeses, se llama hoy: Departamento Mártires. Donde saltó el Malacara hay un cartel que recuerda el hecho.

El Malacara no era de Evans, era de David C. Thomas y cuando tenía un año, en 1878, fue robado por un grupo de indios . Fue en su viaje a la cordillera en 1883, con sus tres amigos que lo encontró y reconoció. Seguramente perdido por los aborígenes, en una de sus excursiones, el destino quiso que se encontraran. Hubo una inmediata y mutua aceptación.

Los indios lo habían amansado y entrenado para la caza y la atropellada; era un caballo excelente.

Retornado a su primitivo dueño, le costó mucho a John Evans que le vendiera el Malacara. La controversia fue creciendo hasta que los vecinos convencieron a Thomas de que accediera al pedido de John Daniel. 

Su fiel amigo lo acompañaría en la épica y legendaria expedición de los "Rifleros del Chubut",  que al mando del Teniente Coronel Luis Jorge Fontana -gobernador del Territorio- descubrieron el "Valle Encantado" (Cwm Hyfryd) en la cordillera, y exploraron alrededor de 5.000 kilómetros de desierto, valles y montañas de lo que hoy es la provincia del Chubut.

 Ahí comienzó una nueva historia de progreso para John Daniel Evans, la colonización galesa y  para el Territorio Nacional del Chubut.

Su fiel caballo lo acompañó en todos sus largos viajes y expediciones por la provincia del Chubut y  aún más lejos .

En el invierno de 1909 el Malacara murió, tendría 31 años.

En el fondo de su casa, donde había una piedra, John Daniel Evans enterró a su querido amigo que un día le salvó la vida.

Sobre dicha piedra se grabó una leyenda que dice:

 "Aquí yacen los restos de mi caballo Malacara que me salvó la vida en el ataque de los indios en el Valle de los Mártires 4-3-84 al regresarme de la cordillera" 

R.I.P. 

John Daniel Evans 

Y aquí caben los versos de Belisario Roldán, dedicado a la estirpe de los Malacara, los caballos criollos:


Caballito criollo del galope corto
del aliento largo y el instinto fiel,
caballito criollo que fue como un asta
para la bandera que anduvo sobre él.

 

1- EVANS, CLERY A. "John Daniel Evans, El Molinero" Una historia entre galeses y la Colonia 16 de Octubre. Página 8. Impresiones Lahuan, 1999. Tevelin. DIRECCIÓN DE IMPRESIONES OFICIALES, Secretaria General de la Gobernación.  Rawson - Chubut.

2-EVANS, CLERY A.  "John Daniel Evans, El Molinero" Una historia entre galeses y la Colonia 16 de Octubre. Página 14.. Impresiones Lahuan, 1999. Tevelin - Chubut.DIRECCIÓN DE IMPRESIONES OFICIALES, Secretaria General de la Gobernación.  Rawson - Chubut.

3-EVANS, CLERY A.  "John Daniel Evans, El Molinero" Una historia entre galeses y la Colonia 16 de Octubre. Página 47. Impresiones Lahuan, 1999. Tevelin - Chubut.DIRECCIÓN DE IMPRESIONES OFICIALES, Secretaria General de la Gobernación.  Rawson - Chubut.

 (*) Colección Memoria Argentina . Editorial Emecé . Buenos Aires, 2000