Relatos de Escuela



Relatos de Escuela

Estimadas Familias

En esta ocasión nos acercamos a ustedes con la intención de que participen junto a sus hijos y nosotros en esta propuesta de realizar "El Libro de Relatos de Escuela"

Próximo a conmemorarse un nuevo aniversario del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, es que proponemos la creación de estos relatos de escuelas, la suya, la de sus padres o abuelos, la nuestra.

Se puede contar una anécdota divertida del aula, un relato ficcional con personajes y situaciones escolares, alguna situación que vivieron en la escuela o bien como era esa escuela a la que concurrieron, algún hecho de la historia de esa institución, una anécdota que los padres puedan contar a sus hijos sobre su paso por ella y un sinfín de experiencias cotidianas de la vida escolar.

Creemos que los relatos pueden convertirse en material didáctico para las clases, para analizar diferentes aspectos con los alumnos referentes a su rol, a su identidad en el grupo de pares, a su vínculo y compromiso con la institución; la educación en valores y el valor mismo de la educación en la sociedad. También se pueden recrear relatos ficcionales, reales e históricos, que permitan transitar diferentes épocas.

Esperamos que nos acompañen.

Cordialmente

Silvia Márquez

Directora SB1 de Pinamar

 

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Algunos de los relatos recibidos

Esperamos el tuyo: esb1pinamar@gmail.com

 

Los cubiertos en la mesa

Por Gladys Corvalan

 

Uno estaba convencido que la escuela era nuestra peor pesadilla. Levantarse tan temprano, caminar hasta el micro, dormir un rato o… aguantar a los que ya se habían despertado, entrar al cole…

De estudiar ni te cuento, intentaba cumplir con los viejos, aprobar las materias, estudiar lo suficiente para que no hubiera una nota a casa…

Los profes de las primeras horas me agarraban dormida, los de las últimas demasiado despierta…

Hubo mil historias, hay millones de recuerdos pero no se trata de eso, se trata de recordar una anécdota que ocurrió cuando ya habíamos superado la secundaria, ya éramos egresados, muchos estábamos estudiando en la Facu…

La escuela seguía presente, seguía hablándome, seguía recordándome lo que nos había enseñado, va en realidad… mostrándonos que habíamos aprendido más de lo que creíamos.

El viejo tenía un almacén –“El Entrerriano”- donde trabajábamos todos (la abuela Margarita, mamá Bene, el tío Mati, mi hermano y yo). Habían venido del campo siendo muy jóvenes y ninguno de los dos había terminado la primaria. En el barrio nos conocían todos, era la “hija de don Luis”, el viejo era un referente para muchos, sabía casi de todo y además tenía muy claro que sus hijos debían estudiar, y de eso se ocupaban especialmente él y mamá. Nunca nos faltó un lápiz, nunca dejábamos de tener los libros. En casa el baño no estaba terminado, en la cocina-comedor el piso era de cemento, pero el lugar  mas importante no era la casa, era la escuela. Era difícil que nos dejaran faltar (Una vez fui caminando hasta Luján, pero mamá me había aclarado que el lunes no había excusa, había que ir al cole).

Así eran los viejos, tenían claro lo importante, pero había muchas cosas que ellos sabían que no me podían enseñar, y para eso estaba la escuela.

Y resultó que después de terminado el secundario descubrimos, descubrí…, que la escuela me había dejado mucho mas que contenidos de historia, geografía, lengua, matemática.

Y aquí va la verdadera anécdota.

Cuando ya estaba en el profesorado resultó que apareció Ricardo, hoy mi esposo, y nos pusimos de novios. En aquella época era común que los novios presentaran a su familia, y allá fui, un domingo, a ½ día, a almorzar a casa de mis futuros “suegros”.

Y allí la escuela me habló nuevamente. La mamá del flaco comenzó a poner los platos en la mesa, me dió los cubiertos y me preguntó: ¿sabés poner los cubiertos  en la mesa? ¡Y pude decir que sí…!  porque aunque no lo había aprendido con los profes lo había aprendido gracias a la escuela, porque lo aprendí en casa de Malala, una compañera. Malala tenía papás con mejor educación que los míos (su papá era médico).

Así, la escuela me abrió las puertas de la casa de Malala y allí aprendí como se ponían los cubiertos en la mesa, y mucho después comprendí que en la escuela todos podemos abrir puertas, o cruzar puertas; aprendí que la escuela es buena no solo porque allí aprendemos contenidos sino porque allí aprendemos de todo y con todos, y también podemos ser los que le enseñen a otro algo que para nosotros es común, de todos los días pero para ese otro, ese conocimiento, es grandioso.

 

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Susana, la esposa del diácono

Por Gladys Corvalan

 

            Ya estaba casada, ya habían nacido Pablo y Gabriel (mis hijos). Era catequista en la Capillita de mi barrio y allí, un día se presentó José, el diácono, quién venía a ayudarnos porque el cura estaba muy ocupado. José era un señor común, que trabajaba en una fábrica y que en sus ratos libres ayudaba en la parroquia.

            Pasó el tiempo y José se convirtió en parte de la comunidad. Un día decidimos hacer un locro para juntar fondos para el campamento de los chicos del grupo de jóvenes y José comprometió a su esposa como ayudante para servir las mesas.

            Ese día, desde temprano, todas las mujeres de la comunidad nos reunimos para cocinar y a media mañana llegó José con su señora, Susana.

            Fue uno de los días más lindos de mi vida, el aire se cargó de hermosos recuerdos, mi corazón no dejaba de decir su nombre… y no nombraba a Susana sino a “la señorita Susana”, la prima de Isabel.

            Muchos años antes, cuando yo tenía solo 7 años, la “señorita Susana”  me regaló uno de los mejores regalos de toda mi vida.

            Había sido mi maestra de Primer grado, había sido la maestra que se dio cuenta que mis ojos tenían problemas y que por eso no podía aprender como los demás, pero ese no fue su mayor regalo.

            En octubre del año siguiente, yo estaba en segundo y hubo una gran inundación. Mi casa se inundó, el agua subió 1 metro y tuvimos que evacuarnos.

            Como papá tenía un almacén, el dueño de la sodería que nos proveía los sifones, nos prestó un cuarto en la sodería para que pudiéramos quedarnos las mujeres y los chicos, ya que los hombres se quedaron en las terrazas de las casas por miedo a los robos. Con nosotros también vinieron la hermana de mamá (tía Rosa) y mis primos Cristina (de mi edad) y Roberto (que tenía solo dos meses).

            Fue un momento muy difícil. El día que salimos de casa me acuerdo que el agua me llegaba a la rodilla y que una víbora me pasó rozando la pierna.

            En la escuela se enteraron de lo que nos estaba pasando. Algunos días Isabel, una compañera, me invitaba a la casa para que me pudiera bañar y pudiera estudiar mas tranquila. Isabel era prima de la señorita Susana, quién vivía cerca de su casa.

            El 14 de octubre era el cumpleaños de Cristina, mi prima, que como yo estaba evacuada en la sodería. Cristina cumplía 8 años

            Ese día la señorita Susana me hizo el mejor regalo. Le organizó una fiestita de cumpleaños a mi prima. No la conocía, y le abrió las puertas de su casa. Hizo la torta y le puso las velitas. Invitó a varios compañeros y a otros nenes de barrio que también estaban evacuados.

            El día del locro, a todos los que me encontraba les presentaba a Susana, mi maestra de primer grado.

 

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