La escuela y
la lectura
(Fuente: www.Analítica.com,
Venezuela).
Carlos
Yusti
Lunes, 25
de junio de 2001
El
auge alarmante de iletrados, o analfabetas funcionales, aquellos individuos que
por diversas razones, perdieron la capacidad de interpretar un texto y de
comprender su sentido, demuestra el deterioro de la lectura en la educación básica
y superior. La infinidad de tesis mal redactadas, desbordante en
horrores/errores ortográficos y de sintaxis, nos conduce a la escuela y la
familia como epicentros principales en la producción masiva de iletrados.
La formación
de lectores, en un sentido restringido, responde a muchas variables. Es
innegable que la intensidad de lectura de libros va estrechamente ligada a la
escala socio-cultural: los universitarios graduados leen más que la mayoría;
profesores, ejecutivos leen más que los obreros; las amas de casa y los jóvenes,
aunque parezca mentira, suelen leer más que las personas de mayor edad. Las
estadísticas sobre la lectura a veces se elaboran con muchos prejuicios. De
hecho alguien que lee novelas de Corín Tellado o Marcial La Fuente Estefanía
es un lector. De igual forma lo son aquellas personas que leen las páginas
deportivas, o de sucesos, de los diarios; quienes leen las revistas de farándula,
novelas policiales, best-séller o libros de autoayuda, etc., son en definitiva
lectores que no entran en la estadística. La lectura, como se ve, se realiza
con una variada gama de géneros, si es buena o mala es tema para otra discusión.
Por ese motivo más que hablar del acto de leer, se debería hablar de
multiplicidad de lecturas.
La escuela más
que formar lectores comunes y corrientes debería ser la encargada de formar
BUENOS LECTORES, de eso que los franceses denominan LECTOR POLIVALENTE. Es decir
un lector que no se complace con ser consumidor de textos, sino que tiene la
capacidad de producir sus propios escritos. El lector polivalente tiene también
entre sus características riqueza para variar los modos de lectura: lectura
silenciosa, lectura en voz alta, lectura rápida, lectura lenta, lectura
profunda. Posee gran capacidad para adueñarse del texto, es capaz de romper con
sus tradicionales hábitos de lectura y encarar libros alejados de su interés,
pero que le permiten ensanchar sus parámetros intelectuales. No le teme al periódico,
la revista, la enciclopedia, el microfilm, el manuscrito o cualquier otro
soporte comunicacional. Es un lector capaz de leer por placer, interés y
necesidad.
La formación
de este lector polivalente no es sencilla y la escuela no basta para formarlo.
Pero la escuela debe ser el escenario primario para el encuentro del niño con
el asombro de la palabra escrita. En la escuela es importante demostrar que el
libro es imprescindible para la vida, así como vivir es esencial para
comprender lo leído. Que la lectura no sea un momento farragoso e insufrible,
sino un espacio para la imaginación y la creatividad. Los maestros pueden
implementar actividades puntuales para ir descubriendo a los niños la riqueza
de los libros:
La lectura
es un proceso paulatino y que dura toda la vida, por lo tanto la escuela debe
asumir con responsabilidad el acercamiento de los niños al libro, pero no como
una obligación, sino como una pasión, como una actividad creativa. Debe
despertar en el niño su curiosidad por la literatura más como hecho vivencial
que educativo.
Estoy de
acuerdo con lo escrito por Fernando Báez: “Los libros no deben llegar a los
niños; los niños deben llegar a los libros. Por curiosidad, por placer, por
interés especial, porque sí. Y en este sentido no hay claves, no hay leyes. El
placer de la lectura no se decreta: se despierta. No se determina: al igual que
la vocación, es un asunto de fe. No estoy de acuerdo con valorar a los hombres
por sus lecturas: no es inteligente pretender que quien lee es superior a quien
no la hace ni corroborar ese mito con programas escolares fútiles y pedantes.
El afecto por los libros es un privilegio que pertenece a los dominios de la mística.
Una biblioteca bien dotada en la escuela, la publicidad televisiva o radial más
costosa, no tiene a menudo el poder del comentario frugal de un amigo o el
encuentro directo, ocasional, inédito, con una historia maravillosa y
puntual.” Se trata de despertar esa emoción y esa curiosidad por los libros.
En nuestro medio cada cual se tiene que convertir en lector, por su propia
cuenta y también un poco contra los demás. Desde la escuela pueden organizarse
estructuras para que el niño vaya al encuentro de los libros sin tantos traumas
y prejuicios.
Si me
preguntan por qué leer no sabría ofrecer una respuesta definitiva. No obstante
creo que no leer libros es perderse la posibilidad de soñar e imaginar
despiertos. De ir conociendo el fascinante, vivo y cambiante universo del
lenguaje.
Se leen
libros para aplazar la muerte. Se leen libros para ensanchar nuestra realidad.
Se leen libros para combatir todas esas pasiones analfabetas que nos circundan
como el odio racial, el silencio por decreto, la xenofobia, el patrioterismo
chauvinista, el neo-nazismo, el terrorismo, etc.
En suma se leen libros para descubrir la belleza del mundo pasado por el tamiz del lenguaje escrito, del hombre hecho metáfora viva a pesar de todo.