RUMBO AL SUR

El 21 de diciembre de 1901 el Antarctic dejó el puerto de Buenos Aires. Sus valientes tripulantes no imaginaban la dura odisea que los esperaba y el lugar que ganarían en la historia de la exploración antártica. Sobral tampoco sabía cuanto cambiaría su vida en lo personal y profesional.

La Navidad se pasó en alta mar. Luego de recalar en las Malvinas para adquirir perros pusieron proa a las islas de Año Nuevo al norte de la Isla de los Estados.

Fondearon en la isla Observatorio donde se encontraron con el teniente Ballvé a cargo del Observatorio Magnético instalado allí como contribución de la Argentina a la Gran Expedición Antártica Internacional. Intentaron calibrar los instrumentos magnéticos pero solamente pudieron sincronizar los cronómetros, sin embargo pudieron comprobar el moderno instrumental allí instalado. Luego continuaron hacia el sur sin embargo

LLEGADA A LA ANTÁRTIDA

El 10 de enero de 1902 avistaron tierra cerca de las Shetland del Sur y los primeros hielos en medio de una ominosa bruma.

El día 15 entraron en el estrecho denominado Antarctic, que separa la parte septentrional de la Península Antártica de la islas Durville, Joinville y Dundee. La presencia de hielos dificultó y retrasó la navegación. Luego de reconocer la isla Paulet y Seymour (hoy Marambio) decidieron desembarcar en la isla Snow Hill (Cerro Nevado).

En la isla encontraron un punto que parecía ofrecer bastante protección y que además era rico en fósiles. El 14 de febrero de 1902 comenzaron a bajar materiales, provisiones, combustible y equipos.

El carpintero Jonassen dirigió la construcción de la vivienda que sería el único refugio de la expedición por largo tiempo.

Era una casa prefabricada de paredes dobles de madera y forrada de cartón alquitranado. Tenía seis metros por cuatro y exteriormente sendos puntales de madera y vientos de alambre para impedir que los huracanes polares se la llevaran volando.

El 21 de febrero el Antarctic partió de regreso al continente.

En ese momento tomaron conciencia de la soledad y aislamiento en que se encontraban. Pasara lo que pasara nadie podría ayudarlos hasta dentro de un año, en el que supuestamente regresaría la nave.

LA MANSIÓN DE LOS HIELOS Y SUS HABITANTES

La "mansión de Cerro Nevado" no ofrecía las comodidades y protección de las actuales viviendas Antárticas. Tenía filtraciones en el techo y a veces goteaban las estalactitas de hielo, que se formaban en el entrepiso al condensarse la humedad del ambiente. El hollín y el humo de la cocina impregnaban todo y la falta de espacio por el exceso de objetos y equipos generaba un irritante desorden. A veces, durante la noche, el frío era tan intenso que el suelo de la casa se escarchaba.

En esas condiciones el joven Sobral tendría que convivir , con su jefe Nordenskjöld, de 33 años de edad. Con Gosta Bodman de 26 años, meteorólogo y encargado de magnetismo. Con el médico y biólogo de la expedición: Erik Ekelof, también de 26 años. Con Ole Jonassen de 28 años, carpintero, herrero y zapatero habilidoso. Jonassen, quién también se ocupaba de los perros; tenía experiencia en el Ártico. El último, Gustav Akerlunhd de 19 años, era marinero y cocinero.

Así las cosas, le tocaba al argentino realizar la mayor adaptación. Si bien con sus compañeros se entendía en inglés, pronto empezó a estudiar el difícil idioma sueco; era una forma de acortar las diferencias culturales que lo separaban del grupo. Al cabo de un año hablaba la lengua escandinava aceptablemente bien.

Desayunar con arenque y café, comidas con carne muy condimentada y sopa con tocino, pescado seco, carne salada, eran otras de las cosas que había que aceptar; había también alimentos más conocidos como fideos, buñuelos y ensaladas de fruta en conserva. Con el consumo de alcohol y tabaco Sobral no tranzaba; los  rechazaba amablemente.

El tema del baño era una tarea que implicaba juntar suficiente nieve y derretirla para llenar una bañera. El que más nieve había aportado era el primero en bañarse. No era un detalle menor, la misma agua debía servir para todos.

El joven de Gualeguaychú se encargaba de los registros meteorológicos y de magnetismo, también de observaciones astronómicas e hidrográficas. Eso le ocupaba buena parte del día.

 

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