LLEGA EL INVIERNO

Al llegar el invierno el mar se congeló y pudieron incursionar en las cercanas islas de Ross y Seymour (Marambio), en esta última encontraron abundantes fósiles.

Cuando llegó el 25 de mayo de 1902 los suecos agasajaron a Sobral con una "comida extraordinaria", según escribió Nordenskjöld, lamentando que el argentino fuera tan abstemio para acompañarlos en un brindis por la Fiesta Patria Argentina.

En julio las temperaturas tuvieron algunas marcas que superaron los 30° bajo cero, pero el 6 de agosto se alcanzó la mínima del año con -41,3ºC. Las tormentas de nieve así como los vientos huracanados se hicieron frecuentes. Hubo registros de 33 metros por segundo lo que equivale a 118 Km/hora de velocidad. Recorrer las casillas de instrumentos para anotar los registros se tornó una actividad muy riesgosa, sobre todo durante las guardias nocturnas.

Sobral no tenía ropa adecuada; la que había adquirido en Buenos Aires era un vestuario insuficiente, además intentó proveerse justo cuando el verano comenzaba, tampoco  existían casas especializadas en deportes invernales y montañismo como ahora. No tardó en improvisar algo mejor en materia de abrigo, guantes y calzado, con cueros de foca y uno de guanaco (que había traído con él). Pedazos de lona y mantas le permitieron fabricar una bolsa de dormir, pero aún así el equipamiento estaba lejos de ser el más apropiado para los viajes de exploración.

LA OSADA INCURSIÓN HASTA LOS 66° DE LATITUD SUR

Al promediar  agosto la temperatura subió; oscilaba alrededor de los 20° bajo cero y el mar tenía una gruesa capa de hielo. Nordenskjöld empezó a organizar el viaje de exploración más importante de su expedición. Se trataba de efectuar un viaje , hasta punta Jason, relevando la que hoy se llama Barrera de Hielos Larsen.  Un viaje de ida y vuelta de 340 millas o sea 630 Km. de recorrido.

La expedición se conformó con Nordenskjöld, Sobral y Jonassen, el habilidoso artesano encargado de los perros. De todos los científicos de la expedición Nordenskjöld eligió a Sobral, quién se encargó de las observaciones meteorológicas y astronómicas. Emplearon dos trineos tirados por canes "groenlandeses".

Día de la partida del viaje de exploración hasta los 66º

Vista de la casa de Cerro Nevado.

El punto amarillo en el horizonte señala la Isla Seymour (Marmbio)

Con decisión encararon una aventura que multiplicaba los riesgos que ya afrontaban.

Partieron el 30 de setiembre y retornaron el 4 de noviembre de 1902. 65 días de peligros, esfuerzo y penurias. Las jornadas fueron agotadoras , recorriendo a veces 35 Km. en un día. La sed era una tortura permanente pero para saciarla había que detenerse a derretir nieve y cualquier demora se traducía en mayores riesgos por lo que tenían que sobrellevar ese sufrimiento. Algunos temporales estuvieron a punto de exterminar a estos intrépidos exploradores. En medio de la soledad antártica y nieblas que borran todo elemento de orientación sufrieron algunos accidentes que estuvieron a punto de terminar con la vida de Jonassen. Las grietas insondables en el hielo eran trampas mortales que obligaban a una vigilancia constante. El frío produjo un principio de congelamiento en un pie de Sobral.

Con notable esfuerzo el día 20 de octubre consiguieron sobrepasar los 66° de latitud Sur y los 62º,11 Oeste de longitud. La península Jasón presentaba una muralla de roca que hacían imposible continuar con la exploración. El lugar según palabras de Sobral presentaba un cuadro de desolación imposible de describir. El  21 de octubre iniciaron el retorno. Extenuados llegaron a Cerro Nevado el 4 de noviembre de 1902.

Era la primera vez en la historia de la Antártida que un grupo de hombres recorría el Mar de Wedell y la costa este de la Península Antártica en trineo. Un joven argentino de 22 años fue parte de esa expedición.

ESPERANDO AL ANTARCTIC

A pesar de iniciado el verano las temperaturas siguieron bajas y el mar que rodeaba Cerro Nevado permaneció congelado. Así llegaron las fiestas de Navidad y Año Nuevo y la nave de la expedición no aparecía. Las celebraciones fueron frugales y se empezó a racionar la comida.

Las observaciones científicas y las incursiones a zonas cercanas buscando fósiles, muestras de musgos, líquenes y animales, continuaron con su rutina habitual. Al promediar enero Nordenskjöld tomó la determinación de proveerse de víveres y combustible, para una posible segunda invernada. Pingüinos, huevos de pingüinos y focas fueron parte de su dieta. Petreles y cormoranes también. Todo bicho que camina...  La grasa y la piel de foca fueron de suma utilidad; la primera como combustible y la segunda para arreglar y/o reemplazar la ropa que empezó a mostrar un pronunciado deterioro.

A fines de enero la certeza de que el Antactic no regresaría a buscarlos fue tomando cuerpo. Las especulaciones sobre su suerte y la de sus tripulantes era constante.

No hay que ser muy imaginativo para saber que sintieron esos hombres ante la perspectiva de pasar un segundo invierno en la Antártida y bajo condiciones muy precarias; tampoco existía la certeza de ser rescatados el verano siguiente.

Ante esa preocupante situación la serenidad y capacidad de liderazgo de Nordenskjöld, fueron puestas a prueba; el jefe sueco estuvo a la altura de las graves circunstancias.

 

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